María es el cándido nombre de un violento huracán que devastó la isla caribeña de Puerto Rico en 2017. Durante al menos dos meses, gran parte de ese territorio en el que residían tres millones de personas se quedó sin electricidad y por lo tanto sin suministro de agua corriente. Eso llevó a algunos portorriqueños a beber de fuentes de agua no seguras como estanques o ríos y en apenas dos meses se registraron más de setenta casos de leptospirosis, una enfermedad tropical que se transmite a través de agua contaminada con orina animal.
No era la primera vez que Puerto Rico se quedaba sin agua. En años recientes la mala calidad de las infraestructuras ya había provocado pérdidas e interrupciones en el suministro y, además, se habían producido fuertes sequías que habían disminuido temporalmente la disponibilidad de agua, obligando a racionarla. Por lo tanto en Puerto Rico, como en muchos otros lugares, al problema de la sequía se añadía otro más: la mala gestión de los recursos hídricos durante décadas, algo que acentúa los efectos de la climatología extrema, por ejemplo, de un huracán.